Con los puntajes ¿no nos toman de puntos?

Por Alejandro Maglione

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El tema de los puntajes confieso que me preocupa desde hace lustros. Hay varias notas escritas por mí a este respecto que el paso de los años no me haría modificar un punto ni una coma.

Siempre saludé el ingenio del buen Robert Parker que, según él mismo confesó, tuvo la genialidad de “inventar” la escala de 100 puntos y que el público la validara.

Una escala curiosa, porque en realidad no es de 100 puntos, aunque es de 100 puntos, ya que resulta que los que importan son los puntos que van de 90 a 100. Del punto 89 para abajo, más vale la pena no atreverse a mencionar que se los colocaron.

El querido e inolvidable Ricardo Santos jugó varias apuestas –que nadie aceptó- que si él ponía un vino de 89 puntos entre varios de más de 90, cualquier puntuador se tragaba el anzuelo y lo reclasificaría con 90 o más. Y se refería al mismo puntuador.

Pero la única verdad es la realidad y la realidad es que de 90 para arriba se está en el cielo, y de 90 para abajo se conocen las llamas del infierno vitícola. Siempre según el criterio del ahora retirado colega Parker (digo colega, porque además de todo, era abogado).

Años atrás, tuve el sinsabor de atreverme a cuestionar la transparencia del “señor” Jay Miller, que visitaba la Argentina por cuenta del señor Parker. En una conferencia de prensa, a la que nunca volví a ser invitado, se me ocurrió preguntarle si era cierto que había puntuado, a su paso por Mendoza, 200 vinos en una mañana. El hombre respondió que efectivamente lo había hecho. Mi repregunta fue: “¿cómo se concilia eso con todas las normas de cata que indican que no se debe ni pueden catar más de 50 vinos en un día?” Algún bodeguero argentino, que actuaba de anfitrión, me invitó no muy amablemente a retirarme…

Ese mismo señor Miller fue el que protagonizó en España, más precisamente en Jumilla, un conocido episodio en el mundo del vino, donde había trascendido un listado de precios con lo que él cobraba a las bodegas que ponían sus vinos a ser puntuados. Los servicios eran desde el mismo puntaje, hasta dar una conferencia con el vino sobre el pupitre del que hablara; si la cata la realizaba en la misma sede de la bodega, etcétera. En el mismo día en que se conoció el escándalo el señor Parker prescindió de sus servicios…

Ph: Wine Folly

Ph: Wine Folly

Viene al caso la historia que cuenta el libro “The billonaires Vinegar/ The mistery of de world’s most expensive bottle of wine”, en el que su autor Benjamin Wallace se muestra como un obsesivo del tema, que terminó investigando hasta las últimas consecuencias el accionar de quien sería uno de los mayores estafadores del mercado mundial de vinos, Hardy Rodenstock.

El texto muestra que este timador profesional organizaba allá por los años ’80 unas catas que costaban decenas de miles de dólares, donde él presentaba vinos con 50 años o más de antigüedad, que en su mayoría se encontraban en perfecto estado. Incluso remató una botella del afamado sauternes Château d’Yquem, que el hombre afirmaba que era de la partida que había comprado Thomas Jefferson –tal como se lee- y que había quedado escondido en algún lugar de Francia cuando éste partió raudo de regreso a los Estados Unidos al ocurrir la Revolución Francesa. Esta fue la botella más cara del mundo, que menciona el libro.

A esas catas concurrían Robert Parker, Jancis Robinson, Isabel Mijares, entre otros expertos. Hacía de una suerte de maestro de ceremonias el reconocido Michael Broadbent. No es mi intención resumirle el libro, pero se demostró que el tal Rodenstock era un fiasco, incluido su nombre, que ni siquiera era el verdadero. Pero sí deseo dejarle el recuerdo de uno de los comentarios del querido Parker al final de una de esas “catas-fiasco”: “debo reescribir todas mis notas a partir de ahora…”.

Claro que los puntajes sirven para el marketing del vino entre los que no entienden demasiado, lo malo fue cuando el puntaje sirvió para los que pagaban por él. ¿Alguien le pagó, en sus visitas a la Argentina, a Jay Miller por un sabroso puntaje Parker? Nunca nadie me respondió “sí”. Tampoco ninguno de los consultados me dijo: “jamás, imposible”. Sí, en mesas acotadas, con enólogos amigos, a altas horas de la noche y con varias botellas vacías sobre la mesa, se aventuraron a tirar los nombres de algunas bodegas sospechadas, pero ya sobrios juraron no recordar haber dicho nada de eso…Por lo tanto, en lo que a mí respecta, doy por buenos los puntajes de otrora.

Como decía mi amigo Fernando Vidal Buzzi: “para saber apreciar los buenos vinos hay que chupar mucho…”. Me consta que lo hizo: chupó mucho y bueno. También que era un experto catador.